Fecha: 22 diciembre 2021 12:30
Hay heridas profundas, tan profundas que inclinan, que succionan, que ejercen una fuerza gravitatoria tan grande que es difícil no caer en ellas con cualquier disparador.
Heridas propias, heridas ajenas, heridas repetidas como los surcos que deja el río con su paso.
Huellas viejas, naturalizadas, historias que nos contamos mil veces, tantas veces que hasta cuesta distinguirlas de la realidad.
Son tan poderosos esos relatos, tan vívidos, que se apoderan de nosotros, de nuestras emociones, de nuestras conductas.
A veces tenemos la suerte de hacer conscientes nuestras heridas, a veces incluso sabemos su origen, aquel ancestro que transito el mismo camino, que marcó esa ruta con su propio dolor.
Ocasionalmente podemos abrir esas heridas, mostrarlas, aceptar que existen…y quién sabe un día integrarlas.
A veces es tanta la suerte que hasta podemos ver que estamos mirando el mundo desde ese lugar, reconocer esa historia en nuestro relato interno, sin embargo no podemos vencer su fuerza de gravedad y caemos allí, una vez más.
Nos enojamos con nosotros mismos por encontrarnos de nuevo ahí, nos frustramos, avergonzamos, desvalorizamos, cuando no podemos cambiar.
Algunas veces podemos hablar de eso, otras no.
Muy de vez en cuando podemos reconocer nuestra humanidad, vulnerabilidad, fragilidad y abrazarnos en esos momentos en vez de castigarnos, aprovechar la oportunidad para reforzar que ese no es el lugar donde queremos estar, donde nos sentimos en paz.
Abrazarnos y darnos una palmadita de aliento…estas aprendiendo, ya lo vas a lograr.