Fecha: 06 noviembre 2021 22:03
Cuándo nos sentimos culpables por algo, buscamos perpetuar en nosotr@s el dolor asociado aquello, recordandolo y recreandolo una y otra vez para castigarnos.
Nos creemos merecedor@s de ese sufrimiento por haber hecho lo que queríamos, por no haber hecho lo que creemos qué tenemos que hacer, aquello que cumple expectativas propias o ajenas.
La sensación de no merecer felicidad o disfrute, porque aquello que nos genera placer es incorrecto, indebido, se aleja del sistema de creencias que nos inculcó la familia, la religión, el colegio, todo el ambioma en el cual formamos los modelos de lo que está bien reproducir y lo que no, de lo que es premiado o castigado, de lo que recibe amor y lo que recibe sufrimiento.
La culpa aparece cuando lo que creemos que debe ser se contradice con lo que queremos hacer o con lo qué hacemos. Busca un responsable de las cosas que suceden, un depósito de nuestros aspectos conflictivos.
Aquellas cosas que suceden porque tienen que suceder, para aprender algo, para escucharnos, reconocer nuestro dolor, sanar permitiéndonos aquello que queremos en realidad.
La culpa pesa, somete, nos encorva y vuelve pequeñ@s, insegur@s, nos proyecta y fragmenta, desvía la mirada de nuestra propia responsabilidad y libertad de movimiento.
Nos desconecta de nuestros deseos, de nuestra capacidad de disfrute, de nuestro propio camino de felicidad.
Lo que sucede es exactamente lo que tiene que suceder, no hay culpables, cada cuál es responsable de su cambio, cada cuál puede elegir soltar su piedra.